Zélie Blampain, estudiante de Máster en Museología en la Universidad de Lieja (Bélgica), realizó unas prácticas en el Museo de Mértola – Cláudio Torres, del 12 de octubre al 15 de diciembre de 2023, y describe este periodo en el texto que figura a continuación, que titula “Unas prácticas en Mértola: un espíritu esquivo.”: “Llegué a Mértola bajo un sol que parecía muy veraniego, a pesar de estar a mediados de octubre, y me marché poco después bajo un cielo todavía despejado. En dos meses me acostumbré al sol, pero no al paisaje. Como belga, apodado el “país llano”, los relieves de Mértola me siguen dejando sin aliento, en todos los sentidos de la palabra. Tuve la suerte de que el Museo de Mértola me acogiera en el marco de unas prácticas de museología que estoy realizando en la Universidad de Lieja. Conocí el museo gracias a mi profesora, Manuelina Duarte Cândido, y a mi amiga Floriane Paquay, que realizó sus prácticas aquí un año antes. Apasionada por la cuestión del desarrollo a través de la cultura, el proyecto Mértola Vila Museu me interesó enseguida. De hecho, en poco tiempo me di cuenta de que el museo ocupa una posición única en el panorama cultural portugués. Mértola es una localidad de unos mil habitantes situada en el Alentejo, la región más extensa de Portugal, pero la menos poblada. Nada predestinaba a esta comuna rural a experimentar un importante crecimiento cultural. Sin embargo, tenía una riqueza cultural de la que se dieron cuenta Serrão Martins y Cláudio Torres. Su interés fue decisivo para el desarrollo de esta riqueza y, en última instancia, para la creación del museo.
El Museo de Mértola está formado por catorce centros, distribuidos no solo por la localidad, sino también por el resto del municipio. Había, pues, muchas cosas por descubrir. Pasé los primeros días de mis prácticas visitando estos centros y participando en visitas guiadas para intentar comprender la relación del museo con la zona: un enfoque integrado del desarrollo cultural. Aquí, el museo no es un edificio cerrado, sino una red que abarca toda la ciudad.
Pasear por sus calles, observar su arquitectura y sus restos arqueológicos, descubrir su patrimonio inmaterial, en definitiva, sentir el “espíritu del lugar”, ya es visitar el museo. De hecho, ¿cómo imaginar reunir bajo un mismo techo un patrimonio tan diverso y tan profundamente vinculado al desarrollo de la ciudad? Mértola ha viajado a través del tiempo, desde la antigüedad hasta nuestros días, viendo ir y venir religiones y culturas. Las huellas de estas ocupaciones siguen siendo visibles hoy en día en el propio tejido urbano. ¿Por qué no promocionar la ciudad como objeto museístico por excelencia?
Además, el nombre “proyecto Mértola Vila Museu” subraya que nada está acabado: siempre hay más yacimientos que excavar, más ideas que poner en práctica, más centros que construir.
Este conjunto de posibilidades es el punto fuerte del museo, pero también su maldición: ¿cómo se las arregla para hacerlo todo, cuidar lo mejor posible de todos los yacimientos, recibir a los visitantes en todos los centros al mismo tiempo? A través de estas prácticas he podido observar los numerosos retos que se les plantean a los profesionales de la cultura, pero sobre todo la pasión que demuestran al responder a ellos.
Por eso mis prácticas fueron especialmente gratificantes, pero también porque me animaron a demostrar un pensamiento crítico en relación con el museo, redactando un informe que debía abarcar todos sus departamentos. Porque el museo me ofreció una gran libertad durante el resto de las prácticas, dejándome encajar en los departamentos que me parecían más útiles para mi formación. Por ello, enseguida sentí la confianza del personal del museo, así como su amabilidad y voluntad de hacer de mis prácticas algo más que una lista de tareas que cumplir, sino más bien un periodo de descubrimiento e intercambio. En este contexto, debo dar las gracias a Rute Fortuna, Fernando Martins, Nélia Romba y, especialmente, a Lígia Rafael, mi supervisora de prácticas. Les agradezco sus pacientes explicaciones, debido a mis conocimientos a veces insuficientes de portugués, su cálida acogida y su disponibilidad permanente.
Si llega el momento de volver a marcharme, ya estoy imaginando mi próxima visita a Mértola.
Como voluntario en excavaciones arqueológicas o como simple turista, sé que no podré resistirme a volver a ver el curso del Guadiana perdido en la bruma de la mañana; la sierra donde pastan las ovejas; la silueta del castillo apareciendo abruptamente contra el sol del mediodía. Todos estamos unidos por un espíritu esquivo que provoca el anhelo de volver a llamarnos a él”.
